Las plazas están vacías, solas, deshabitadas. Los niños ya no corren, los adolescentes no arman los equipos de sus sueños, los adultos no cuidan de sus hijos. Lo verde se volvió gris y el aire que se respiraba, ahora esta invadido de humo y gritos histéricos.
Se venden menos pelotas y se pagan más horas de video. El bicicletero envejece junto a su oficio, el “ring raje” es una antigüedad y los dibujitos resultan aburridos. La niñez quedó atrapada en una caja sin sentimientos, las computadoras son reinas en la vida de los más ingenuos.
Cuando los años 90´ transcurrían, los grandes discutían por un personaje de poca altura y patillas enormes, mientras los chicos, siguiendo con la tradición de años, se reunían en las esquinas para armar el partido de la tarde. El fútbol ocupaba horas enteras del día, se terminaba cansado pero feliz, se batían a duelo los equipos de la primaria, construyendo las discusiones que quedarían, al día siguiente, en los bancos del aula.
Los comedores de las casas eran invadidos por formaciones de soldaditos que se levantaban y caían como los sueños de jugar en la primera de un equipo de fútbol. Los autos a pedal, las luchas encarnizadas por los caramelos de la piñata y la escondida en las fiestas de cumpleaños, conformaron la infancia de los que hoy se adaptan al mundo de Internet y de la velocidad que manda en la calles de este nuevo siglo.
La tecnología trajo y trae consigo una gran cantidad de cambios productivos para la modernización de la sociedad. Las cosechas se levantan más rápido con maquinarias agrícolas último modelo, los celulares incorporan la comunicación desde cualquier rincón del país y las computadoras contribuyen a facilitar en el trabajo de millones de personas, que lucharon durante años con las máquinas de escribir.
En Internet se encuentra todo. Datos históricos, noticias, incoherencias, creatividad, mediocridad, mentiras, verdades, ilusiones y desencantos. El almacén on-line (como se le dice a la vida en Internet) es infinito. Pero las máquinas consumieron lo cotidiano, las costumbres, todo aquello que no es rápido y automático.
Los juegos de computadora son tan violentos como peligrosos. Hay más sangre que ingenio. Los sonidos aturden, las imágenes se vuelven confusas. Los chicos gritan eufóricos por haber logrado su triunfo más esperado. Pasan horas frente a la computadora. Se entretienen matando soldados. Más muertos, más puntos.
Las madres encuentran una guardería en los cibers. Pagan las horas necesarias para olvidarse del cuidado de sus hijos. No saben qué hacen. Los juegos son adictivos y perjudiciales si se usan en exceso. Los niños cada vez leen menos, cada vez saben menos. Solo les interesa la irrealidad de una vida que muere cuando la pantalla se pone negra.
La ola de inseguridad en el país, las horas de trabajo que los padres pasan fuera de las casas y la adhesión de miles de niños a los juegos en red, conforman un escenario en el que las justificaciones de los mayores son razonables. Los niños pueden correr peligro en las calles de la ciudad.
La sociedad se volvió adicta a la tecnología. Todo es más fácil y rápido. No se logra encontrar un equilibrio entre la enseñanza de los años pasados y la modernidad de la sociedad actual. Lo que antes era normal, ahora es muy viejo. Lo que hoy nos parece sorprendente y destructivo, para los niños es la diversión más atractiva.
El pasado atormenta cuando el presente consume lo construido por las generaciones anteriores. No todo fue bueno en los años 90, ni todo es malo en la sociedad del siglo XXI. Hay que saber diferenciar entre lo que nos abstrae de la realidad en este presente y lo que la sencillez del pasado, cada vez más desvanecida, se empecina en recordar.
