La realidad de una sociedad que dice saber de vinos
“La valoración social me importa muy poco”, dice Ramiro, un mendocino que se crió entre las uvas. “En Internet encontras lo básico para saber de vinos”, afirma Sabrina, convencida de que en la red están todas las respuestas. “Flaco, si necesitas saber de vinos para sentirte fino, sos de lo más ordinario” asegura con ironía Ernesto. La historia de la bebida alcohólica más popular del país se ha convertido en un tema de moda en una sociedad aparentemente consumida por la superficialidad.
Entre tantas contradicciones, ¿quién tiene razón? Lo que parece es que esta bebida espirituosa tan deseada crea confusiones. Es así que a pesar del boom del vino que vive el país, de esta bebida tan seductora y mitológica (Baco y Dionisio son dos de los dioses creadores del vino y hasta Jesús lo usó para el mayor misterio religioso del Cristianismo) se sabe muy poco.
El vino tiene una historia de más de cinco mil años. Las culturas griega y romana divinizaron el vino a través de Dionisio, dios creador y protector de la vid. En la China milenaria ya se distinguía entre la fermentación de la uva y el arroz (luego transformado en sake). En Egipto, el vino se cultivó hacia el siglo IV A.C. Sin embargo, la historia la convierte en una refutación en sí misma cuando un grupo de “aparentes sabios” se mata por distinguir entre un malbec y un cabernet suavignon.
El vino en cartón es malo. Mientras más viejo más rico es. El vino blanco no es tan distinguido como el tinto. Los nuevos fanáticos del vino emiten cientos de afirmaciones que no saben a ciencia cierta si son o no verídicas. Saber queda bien, conocer sobre vinos es básico para moverse en las elites de Buenos Aires ¿Alguien sabe de vinos? ¿De que sirve sobreactuar ante la sociedad? Las dudas surgen ante las afirmaciones vacías que hacen los pseudos sabios de la vid.
Bajando de la nube del glamour, de las copas de cristal con vino bailando en su interior, y sacudido por refinadas manos de damas en tacos altos, existe una fábula de personajes ilustres, conocedores empedernidos y botellas importadas. Para entender a esta Argentina “de carne y hueso” y su relación con el vino, hay cifras que -aunque parecen contradictorias- terminan por aclarar el panorama. Veamos:
* Cerca del 90% del vino vendido en nuestro país está por debajo de los $ 6. Por otra parte, en los últimos 20 años el consumo interno de vinos cayó 40%, aunque la venta de botellas de vinos de alta gama creció cerca del 80%. Aunque hubo un cambio fuerte en el mercado, la burbuja de catadores es ínfima.
A pesar de haber aumentado la publicidad de las bodegas y sus productos, los grandes consumidores siguen siendo los mismos. Es decir, aquellos que disfrutaban del tinto sin ver la marca. Los que se manejan con la sinceridad de su gusto o con las enseñanzas del abuelo. Sólo buscando un buen momento. Un gusto que ayude a pasar los sinsabores de la vida. Esos que, definitivamente, no saben de vino y que tampoco aparentan lo contrario. En suma, los que del vino saben lo esencial: tomar para disfrutarlo.
Fuera de las vinerías, a miles de kilómetros de las góndolas repletas de Tempranillo, Cabernet Franc y Syrah, están los viñedos y los productores de vino. Allí sí se disfruta, y allí sí conocen que una etiqueta más elaborada no indica un mejor vino. La diferencia está en saber darse cuenta.
